miércoles, 30 de marzo de 2011

SUPERLÓPEZ.

Durante el Salón del Comic de Santa Cruz del 2003 hice una, para mí sentida reseña sobre el personaje de Superlópez y su creador Jan, destinada a la página de comic del suplemento Radikal, dirigida por Patricio. La he rescatado y bueno, si alguien quiere leerla...



Cuando hablamos de Superlópez no hablamos de cualquier cosa. Hablamos de uno de los mayores talentos que han pasado por el terreno más que fértil del tebeo en España: Juan López Fernández, “Jan”, es, nostalgias injustas aparte,  una entidad deslumbrante de aquel Bruguera de los setenta-ochenta, dedicado al maltratado mundo de la publicación infantil. Jamás ha tenido (quizás ahora, tardiamente) el reconocimiento merecido, a pesar de contar con una calidad en todos los aspectos, que para si hubiesen querido el ochenta por ciento de los autores  de las llamadas publicaciones “adultas”.
     Aquel trazo orgánico y entrañablemente cálido con el que dotaba de vida a sus personajes, el cuidadísimo detallismo de sus ambientaciones que explotaba la tridimensionalidad de unos espacios paradójicamente creíbles a la vez que rozaban lo onírico ( anómalo en ámbitos donde se huía del tratamiento de los fondos como de la peste), la imaginación que desplegaba en tramas y personajes, el cariño que se transmitía a través de los mismos...Superlópez era extrañamente cercano, más que cualquiera de sus compañeros de editorial, más añejos y populares y por ello presumiblemente más familiares para el lector. Sin embargo Superlópez les ganaba la partida por su coexistencia en el mismo mundo que el lector: ni Juan (alter-ego del ¿heroe?), Luisa o Jaime  vivían en limbos impersonales, su mundo es el nuestro, con sus guaguas al Masnou , sus cajas de ahorro o sus croissants. Y he aquí otro de los grandes logros que le separan de muchos de sus compañeros de papel: la cantidad e importancia de los secundarios, no simple complemento, sino con peso específico y entidad propia en la serie.
    Pero lo más importante de todo: Superlópez era un cómic divertidísimo, que puede ser releído una y otra vez sin perder ni un ápice de su gracia, da igual (y en este caso sí es verdad) la edad que se tenga.
    Y es aquí que llegamos a “El gran botellón”, último hasta el momento de los álbumes del personaje, donde un Superlópez que ya peina canas, se enfrenta esta vez a traficantes de pastillas que venden su mercancía valiéndose del célebre y mediático botellón. Recreación una vez más de paisajes de su Barcelona, personajes ya conocidos que regresan y otros nuevos a explotar, problemática de ámbito social, claro...Pero me sigue faltando algo. Este no es ya mi Superlópez, el que conocí hace muchos años, que me lo han cambiado. Y no, no es una cuestión de (otra vez) nostalgias mal asimiladas, ojalá. Es que ya no lo reconozco. ¿Se acuerdan cuando decía lo divertida que era la serie? Vale, pues por ahí van los tiros, aquella calidez, aquella gracia tan especial, esos gags visuales, aquel disparate tan bien controlado, donde tanto ha tenido que ver la labor a los guiones de un Pérez Navarro en estado de gracia (guionizó los tres primeros álbumes),  ha desaparecido. Este sigue siendo un comic divertido, claro que sí, ocurrente y sobre todo, eficaz. Pero sin la chispa de antaño. Hay un antes y un después para quién esto escribe, localizado en el número diez de la serie: “Viaje al centro de la tierra”, a partir del cual, deja de un lado su faceta humorística para explorar los terrenos de la aventura en un sentido más clásico, el dibujo se estiliza, pierde en detalle y explota nuevos enfoques visuales más dados a la espectacularidad , más acorde con esta nueva vocación viajera del personaje “in sensu estricto”. Aparece también aquí un interés especial por las posibilidades pedagógicas del medio, el simpático “no fumes, lee” omnipresente de los primeros números, se ha transformado en tramas enteras de muchas historias, con fondo en la droga, el alcohol (como estamos viendo) las sectas, etc.
     ¿Se ha perdido frescura? Es posible, ¿Substancia? Quizás. Pero sería injusto dejar de recordar a un Jan que ha significado, para el abajo firmante, uno de los tres o cuatro autores que más le han influido y al que aun sigue descubriendo debajo, escondido, tras cada línea que traza.    



Le dediqué un coloreable para el Maryola, faltaba más

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi admiración para Jan y un bravo para tu artículo!

Eduardo dijo...

Gracias, amigo.